Historia corta: sobre el punto de esfuerzo y el punto de cansancio.
En esta entrega, conoce el mundo de las artes marciales para reflexionar sobre la exigencia, la excelencia y el punto medio entre ambas. Además: Laura en un taller de locución con Revista Volcánicas.
Es hora de escribir en voz alta.
“Es el fin del verano” dice la publicidad en el hemisferio Norte. A 35 grados centígrados, con el sol estallado en mi ventana en Georgia la verdad es que para mí el verano sigue bastante presente. Pero hay un punto que sí le doy a las promos de Halloween y pumpking spice latte: la temporada sí cambia. Creo que para ti también. Hay algo después del primero de Septiembre que hace inminente algo intangible: el año se comenzó a acabar, esta es la última carrera.
Entonces por esa vibra o porque “desde septiembre la música de diciembre” esta edición de Escribir en voz alta la dedico al sutil arte de medir el punto de esfuerzo y el punto de cansancio. Ya te lo voy a explicar en un rato.
Por ahora, no quiero dejar de compartir lo contenta que me tiene ser profe de locución de las magas-periodistas de Revista Volcánicas. Les estoy compartiendo mis trucos de respiración, tonos de discurso, proyección y todas las herramientas que conozco para hablar frente a un micrófono. En la última versión de nuestro taller terminamos contando cuántas veces respira Shakira mientras canta y canalizando nuestra Shaki interna para cortar con todo lo malo. Las amo.
加油, sí se puede.
Una de las mejores cosas que he hecho por mí en los tres últimos meses es volver a practicar artes marciales. La historia va así: perdí mi trabajo, entré en un vacío de tusa emocional y me tomó un mes darme cuenta que más que perder un sueldo, perdí el entusiasmo. Me parecía que después de darla toda no valía la pena esforzarme, a lo bien. En jornadas de guión, yo sola con el material de audio y la página en blanco yo me esforzaba siempre por hacerlo cada vez mejor. Un poco más de brevedad en el texto. Un poco más puntos y menos comas. Un poco más claridad en la historia. Más detalle, más emoción y otra vez, pero mejor.
Entonces un buen día de verano decidí que iba a volver a hacer todo lo que me gusta siempre y cuando no tuviera que ver con mi oficio. Así llegué al Wushu. Bueno más bien gracias a alguien llegué al Wushu. Mi pareja, Nil, siempre me ha contado historias sobre cómo entrenaba, sobre cómo era hermoso pero durísimo de aprender y súper exigente. A esas alturas ya lo único que yo quería era entrenar de nuevo, mi única ambición fue encontrar al mejor maestro: Brandon Sugiyama. El destino así lo quiso: conocí a Brandon en la misma escuela de arte donde estudia Nil y resulta que de todos los lugares y de todas las personas él también es animador y hace Wushu, como Nil. Yo solo conecté los puntos. El Wushu es como el kung fu pero de China. Está compuesto por dos ideogramas, “Wu” que es lanza (simboliza la Guerra) y otro “Shu” (como una mano) que detiene la lanza. El arte que detiene la violencia.
Bajo los majestuosos árboles de Georgia aprendí de Brandon los primeros movimientos de brazos. Uno para adelante y otro para atrás, sencillo y difícil. Yo me equivocaba y me reía. Todo bien, iba a mi ritmo. Primero recuperé la sensación de patear, luego aprendí a sostener la mirada al frente estirando las manos a lado y lado. “Las primeras veces se tiene que sentir como que estás esbozando un dibujo” me decía Brandon. Yo me acordaba de la sensación de escribir mi primer guión. Y pateaba otra vez. “En el momento en que lo piensas demasiado es cuando lo dejas de hacer bien”.
Con el pasar de los días lo empecé a disfrutar. Patada, control. Postura, control. Mi mano estirada, control. Mi mano como un gancho, control. Veía a Brandon practicar como viendo una animación excelente: fluída y firme. Entre más consciencia tuve de mi cuerpo, más me alejé del tren del pensamiento. Así que seguí entrenando.
Eventualmente cambiamos de locación y comenzamos a entrenar en un largo corredor de palmeras, aquí en Savannah. Brandon me enseñó a girar, a apoyar, a caer y a balancear. Una mañana se paró junto a una palmera, agarró su botella de agua y caminó hasta la siguiente palmera. “Vamos a hacer las repeticiones de ahí hasta acá”. Del punto A al punto B. Adelante. Y comencé a hacer mis primeras secuencias.
Ojalá pudiera mostrarte videos de Nil y yo avanzando, uno junto al otro, haciendo posturas de Wushu en paralelo. Las primeras luces del sol rasgando la silueta de los árboles, las semillas de las palmeras crujiendo bajo nuestros zapatos, el silencio magnífico de la mañana y el corredor de palmeras enmarcando nuestros pasos. Me di cuenta que Nil no llegaba estrictamente a la segunda palmera ni comenzaba justo en la primera palmera, sino más adelante. “Hey, este estudiante está haciendo menos repeticiones” dije en voz alta. Y nos reímos de la clásica queja de “profesor, él no está haciendo la tarea”. Brandon me dijo que no importaba si Nil hacia menos repeticiones, lo importante es que yo estaba intentando hacer un poco más. “Si haces menos solo porque él hace menos te estás haciendo trampa”. Dos patadas en cada ida y vuelta van a ser ocho más en un entreno y luego van a ser el doble al final de la semana. “No te hagas trampa” me dijo Brandon. Entonces dejé de prestarle atención a Nil y me concentré en mi proceso.
Las artes marciales me gustan porque ponen en práctica tu determinación. Ahí iba yo, haciendo las secuencias del punto A al punto B pero un poquito más lejos. Brandon tiene esta forma elegante de corregir diciendo “aquí hay algo para pensar”. Pon el pie así, gira así, siente los brazos allá y continúa. Hazlo otra vez.
Seguí entrenando, con o sin Nil. Entonces el domingo pasado recibí una lección definitiva. A solas, avancé concentrandome en la calidad del movimiento y de repente salió la figura perfecta. Fue fluída y me sentí firme, como quería. Paré a celebrar y me di cuenta que estaba bastante lejos de la segunda palmera.
— Estoy haciendo las repeticiones mejor justo cuando dejo de pensar si llego a la palmera—le dije, limpiándome el sudor de la cara.
—Así es —dijo Brandon — cuando eres un principiante tienes que aprender cuál el punto en el que puedes poner un poco más de energía y vas a mejorar el nivel que tienes. Solo tú puedes sentir cuál es ese punto.
El punto del esfuerzo. Ese punto en el que si pones más energía, todo lo que hagas va a comenzar a ser radicalmente mejor que tus intentos previos. Kung Fu, dice Nil, en realidad significa “habilidad”. Jet Lee le decía a otros que tenían Kung Fu porque eran determinados y fuertes, no porque supieran una u otra técnica. Cuando dices que alguien tiene buen Kung Fu es porque reconoces su esfuerzo, así que uno puede tener excelente Kung Fu escribiendo, pero no tener ni idea de pelear.
Los principiantes, dijo Brandon, son quienes están encontrando cuál es ese punto de esfuerzo. Y una vez que están ahí comienzan a extender su habilidad. Seguí haciendo las secuencias hasta que eventualmente mi patada flaqueó sin fuerza.
—Esa repetición salió mal —le dije.
—Está todo bien —dijo Brandon— ya estás cansada. En este punto no importa cuanto más lo intentes, ya no va a vale la pena.
— ¿Cómo….?
— Te puedes lesionar. Si das un puño y estás cansada lo das a medias y si lo repites en ese momento tu mente toma el control así que lo hace mal por reflejo. La siguiente vez que practiques lo vas a hacer mal porque tu cerebro va a decir “hey, pero así dijimos que se hace”.
Es el punto del cansancio. Aplica para más escenarios que el Wushu, por ejemplo: nuestros trabajos.
—La gente que es workaholic no para cuando llega al punto del cansancio.
Le hablé a Brandon del periodismo. De cómo he visto personas en salas de redacción alcanzando el punto de esfuerzo y luego trabajando más y más hasta que paran por un factor externo, pero pocas veces porque están cansados. El cansancio en el periodismo que conozco muchas veces se vuelve parte del paisaje. Este tiene dolor de espalda, este lleva tres semanas con gripa. El jefe no vino porque le tocó ir de urgencias a la clínica. Estamos mal dormidos así que vamos por un café.
—Todos los practicantes iniciantes tienen dificultad para identificar el punto de esfuerzo. Los avanzados tienen la misión de saber identificar ese punto, donde es mejor parar e irte a dormir.
El esfuerzo, dice Brandon, es inversamente proporcional a tu energía. Entre más esfuerzo pones, menos energía vas a tener en cada nuevo intento. Hay que exigirse un poco, hasta cierto punto, para subir el nivel. Pero hay que saber frenar, en conciencia, antes de agotar tu energía. Es como la práctica de estirar la lanza y saber cuando detenerla gentilmente con tu mano.
Pensé en tantas veces que conquisté la excelencia en horas extra. Y en las otras veces que me quedé dormida tecleando. En los años recientes mi mayor logro es que aprendí a poner mi esfuerzo pero también a saber cuándo hay que parar y volver al día siguiente. Es algo que no aprendí en una sala de redacción, sino haciendo pódcast. Aprendí a identificar mi punto de cansancio. Mi mayor orgullo es haber adquirido esa conciencia. La belleza del pódcast narrativo es que cada episodio de pódcast es un esfuerzo compartido, un Kung Fu colectivo.
Volví a estudiar mi falta de entusiasmo y me di cuenta que no es que ya no quisiera mi profesión. Es que perdí mi dojo, mis compañeros y mi entorno de práctica. La pasé demasiado bien. Creo que ese es el duelo que estoy haciendo.
La buena noticia es que el Kung Fu no se pierde porque uno pierda su escuela. Permanece, siempre que continúes la práctica. Así que ahora soy una lanza libre, una freelance, practicando con otras compañeras en otros dojos y otros acentos. Es el comienzo de una nueva etapa.
También estoy aprendiendo a cultivar varios Kung Fu. Así que este fin de semana vuelvo a entrenar. Y a escribir en voz alta, por el arte noble de las buenas historias.
Me despido con este videito practicando la forma Wu Bu Quan 五步拳. No es perfecta y no la hago bien. Ese es el punto.